martes, 28 de octubre de 2008

Grupo 21 "Influencias de la Familia como factor protector de conductas de riesgo en escolares chilenos"

Grupo 21 : " Influencias de la Familia como factor protector de conductas de riesgo en escolares chilenos"




Análisis critico de grupo 21:


El artículo que hemos analizado enfatiza en la constitución valórica dentro de la familia como uno de los factores protectores indispensables para evitar conductas de riesgo adquiridas dentro del ámbito educativo. Tales conductas de riesgo tendrían relación con el consumo de sustancias (alcohol, drogas, tabaco), la conducta sexual (embarazo y transmisión de ETS) y conductas emocionales nocivas (como tendencia a la depresión o al suicidio). Estas conductas estarían o no propiciadas por el ambiente de la dinámica familiar, y la función/disfunción de ésta entendida a partir de tópicos como comunicación, tiempo compartido y la cohesión que se desarrolla intra-familiarmente. Si entendemos a la familia como la institución socializadora por excelencia, en donde aprendemos básicamente a “ser personas” y en donde recibimos la primera instrucción, la afirmación no nos parecerá para nada novedosa. Por el contrario, es sabido que la fuerza de los vínculos y aprendizajes que obtengamos en ésta serán los que marcarán el comienzo y la base sobre la cual nos moveremos el resto de nuestras vidas, y es en relación a esta base que integraremos/desecharemos nuevos elementos a nuestra estructura de personalidad adquiridos a posteriori en esferas distintas a la familia (como la escuela, los grupos pares, etc.) Es por esto que los autores destacan la importancia de la familia como ente de resguardo ante la influencia de los patrones de conducta nocivos que normalmente es frecuente encontrar en la escuela. La familia entonces es vista como una instancia que se debe reforzar, para así tomar las medidas preventivas pertinentes y evitar situaciones de alto riesgo para los adolescentes.

Los autores sostienen que en los últimos años el perfil de morbilidad/mortalidad de los adolescentes ha sufrido variaciones, tanto por cambios demográficos, epidemiológicos y socioculturales. El argumento se basa en que la familia -y los cambios que ésta ha sufrido-, sería la principal responsable, ó al menos el factor más importante. Los problemas de salud registrados en los últimos años ya no se muestran como producto de epidemias virales u otros, sino por Conductas de riesgo, como el consumo de drogas, los accidentes de tránsito la depresión y el suicidio, potenciados por la vulnerabilización del núcleo familiar, que se caracteriza por la entrada de las mujeres en la fuerza laboral, el aumento de hogares monoparentales, etc. provocando una percepción, desde los mismos adolescentes, de disfuncionalidad de sus propias familias. Tal percepción de disfuncionalidad por parte de los adolescentes constituiría uno de los factores determinantes a la hora de evaluar la solidez de la protección ante el riesgo que los adolescentes obtienen desde sus hogares. De hecho, los resultados del estudio desarrollado arrojaron una correlación significativa entre la percepción de disfuncionalidad y el consumo de drogas. Obviamente tal percepción estaría unida a otras características que también condicionarán sustantivamente el panorama, como las variables demográficas, donde podemos destacar la escolaridad de los padres, ó también los antecedentes familiares (y personales) de salud, sexualidad y salud reproductiva, los hábitos personales (como adicciones, por ejemplo, o la práctica de algún deporte) y las redes de apoyo con las que cuente el núcleo familiar, entre otras. Por tanto, la disfunción/función familiar podría influir provocando problemas de salud mental, alteración del rendimiento académico, situaciones de deserción escolar, aumento de la violencia intra/extra-escolar, etc, que tendrían también como base diferencias de acuerdo a la edad, al género, a la facilidad en el acceso (como tabaco, alcohol, drogas), etc.

Así como entendemos a la familia como un factor protector (y reconocemos la influencia de ésta en la vida de los hijos en edad de adolescencia), y de acuerdo a lo recién expuesto, es posible también hacer el alcance respecto de la constitución del hogar como instancia en donde simultáneamente es posible potenciar las conductas de riesgo adquiridas en otras esferas de socialización, entendiendo además que los padres se posicionan con respecto a sus hijos como modelos de consumo. Por tanto, es posible también que la familia funcione a la inversa (ya no sólo refuerce los aspectos positivos), y que tal importancia en la influencia, desde un ambiente negativo, podría potenciar -y inclusive promover- una conducta de riesgo, como por ejemplo, el consumo de sustancias, que si son consumidas dentro del hogar, evidentemente el acceso para el adolescente a ellas será mucho más fácil comparativamente que para otros en cuyos hogares exista una prohibición tajante. Lo indiscutible, de una u otra forma, es la fuerza del vínculo entre los individuos y aquel lugar que les de la bienvenida a la sociedad.

La mayoría de las conductas de riesgo mencionadas por los autores (consumo de drogas, relaciones sexuales) llegan a los adolescentes a través de la influencia del grupo pares, y la facilitación en el acceso a éstas por parte del medio. Por tanto, habría que dirigir una mirada que dilucidase qué tan efectivos resultan los valores y normativas familiares con respecto a la reprobación/deseabilidad social en la cual se ven insertos los jóvenes a la hora de la interacción con el medio ó que tan fuerte (o cuánto puede resistir) el aprendizaje de la moral que viene de la familia cuando se enfrentan a situaciones de presión en donde una respuesta positiva/negativa ha de determinar la aceptación/rechazo dentro del grupo de amigos que el adolescente frecuentará (o no), e inclusive la estadía completa en el establecimiento en donde se encuentre. Esto provocado especialmente por los pares, otra de las fuentes de socialización sumamente importante.

La posición en la cual se sitúa un adolescente cuando las conductas seguidas por los pares entran en disonancia con lo socializado en el hogar, arroja resultados poco alentadores. Resulta difícil generar una expectativa que a ciencia cierta determine cual será la respuesta del adolescente frente a las distintas opciones que tendrá dentro de la escuela. Sólo resta esperar que las bases valóricas tengan la solidez suficiente como para que el adolescente sepa mantenerse al margen respondiendo a un autocuidado de alerta frente a conductas que potencialmente han de atentar contra su integridad, ó que cuente con la información necesaria para conocer las consecuencias que podría tener una decisión que lo impulse a tener conductas de riesgo, además de, como ya hemos señalado, el potencial daño que se autogeneraría siguiendo tales conductas. En cuanto a la preparación que podría darse desde el área de docencia para los padres/apoderados y alumnos, resulta deficiente y de poco alcance, ya que bien sabemos que las intervenciones realizadas dentro de la escuela son de poco alcance, aún cuando es posible que logren un cierto grado de influencia. Por lo que el desarrollo de factores protectores es un trabajo que hay que hacer en casa, reforzando los vínculos a través de tiempo, rituales, espacios compartidos para así construir un tejido que proteja a los adolescentes de las posibles conductas de riesgo, entendiendo la adolescencia como el espacio de consolidación de la identidad personal, sexual, vocacional, y en donde se comienza las bases de una posible independencia económica, para relación de pareja posterior. Por tanto, el contexto vital es un apoyo fundamental. La propuesta entonces se funda en la urgencia de promover acciones para fortalecer la familia, un factor protector importante en la prevención de conductas de riesgo en adolescentes. Familia que debe verse apoyada y no cuestionada por el resto de las instituciones y que debe recuperar su papel educativo insustituible en el crecimiento de sus miembros. La idea eso sí es que tal intervención no debería centrarse únicamente en los adolescentes, sino debería incorporar un grupo de variables culturales y de calidad de la interacción familiar, que actúan como facilitadores de un desarrollo sano.







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